jueves, 5 de julio de 2007

El fracaso de Rajoy y los límites de Zapatero

Debate del estado de la nación


G. Buster

El debate del estado de la nación en el Congreso de los Diputados, el 3 y 4 de julio, tenía en esta ocasión una importancia política trascendental. No solo era el último debate político general de esta legislatura antes de las elecciones generales. Sino que también debía ser el escenario de una derrota parlamentaria de Zapatero a manos de Rajoy. Un escenario preparado con la continua movilización de la derecha y una oposición frontal que ha negado desde el mismo momento del 14-M la legitimidad de la victoria de la izquierda. Tras presentar los resultados de las elecciones municipales y autonómicas como una victoria anticipada del PP en las generales –a pesar de de la perdida de concejales y gobiernos autonómicos- , el debate del estado de la nación debía permitir a Rajoy presentar su propia alternativa de gobierno y cerrar en la práctica, con la descalificación de Zapatero, esta legislatura, convertida en un “paréntesis” en la historia de España.

Pero Rajoy ha fracasado. Zapatero ha sabido demoler parlamentariamente esta última ofensiva institucional de la derecha y poner así las bases de una removilización electoral de la izquierda. Pero al mismo tiempo, en el debate con ERC e IU, han sido patentes los límites del proyecto político que representa, en cerrado en una perspectiva de reformas sin cambio profundo de izquierdas o federalista.

La derrota de Rajoy

La estrategia parlamentaria de Rajoy ha sido en el fondo muy simple y la continuación lógica de la estrategia de oposición frontal de estos tres años. En su exposición, Rajoy ha descartado cualquier mérito del Gobierno del PSOE en la situación económica de España –con una fuerte tasa de crecimiento en un largo ciclo ascendente-, ha desdeñado como marginal la ampliación de derechos civiles y ha acusado a Zapatero de “romper España” con sus alianzas con la izquierda nacionalista y ceder ante el chantaje de ETA en el “proceso de paz”. Su única conclusión ha sido “publique las actas de sus negociaciones con ETA o vayase, porque ya no le creemos”. O si se quiere, “publique las actas y váyase, porque habremos confirmado que ha traicionado a España”.

Una línea estratégica que se resume en la movilización españolista del electorado de derechas y en la defensa de un derecho de veto del PP frente a cualquier propuesta política o social de la izquierda.

La respuesta de Zapatero estuvo modulada en fases. Primero hizo un discurso triunfalista sobre los éxitos de la legislatura destinada a devolver el sentido y el orgullo al electorado del PSOE. En su primera replica, demolió a Rajoy, desmontando uno a uno sus argumentos y reivindicando la credibilidad y la legitimidad del Gobierno frente a una oposición revanchista y sin alternativa. En sus tercera y cuarta intervenciones, Zapatero acorraló a Rajoy en el “monotema” de ETA, sacándole del espacio político del centro-derecha para situarle en el de una derecha extrema, cerril y revanchista.

La sensación de derrota de Rajoy fue general en el Congreso de los Diputados, no solo entre los parlamentarios sino también entre los numerosos periodistas que cubren el debate. La justificación defensiva del PP para el pinchazo de Rajoy fue escudarse en las limitaciones de tiempo para justificar sus argumentos. Una excusa muy pobre después de tres años de oposición extraparlamentaria e institucional de una ferocidad sin precedentes.

Balance de los bloques de alianzas

Un resultado tan evidente en la confrontación central del debate creo un clima muy distinto en las discusiones entre Zapatero y los portavoces del resto de los grupos parlamentarios, que en una u otra manera han colaborado o sostenido al Gobierno del PSOE en distintas fases de la legislatura. La cuestión era ahora el balance sobre los propios límites del proyecto Zapatero y el bloque político de alianzas que le ha sostenido de manera asimétrica a derecha e izquierdas a través de la legislatura.

Duran i Lleida, portavoz de CiU, volvió a ofrecerse como ministro en un próximo gobierno, sustituyendo la alianza con ERC e IU por un bloque PSOE-CiU. Pero las dificultades fueron evidentes: reproches sobre las transferencias de competencias para el desarrollo del Estatut de Catalunya, acusaciones al Tripartito catalán de falta de cohesión. Todos estos argumentos encuentran eco en los sectores más liberales del PSOE, que han pactado con CiU la orientación económica socio-liberal del Gobierno Zapatero. Pero la correlación de fuerzas real en Catalunya no permite abrir esta perspectiva si no va acompañada de una sustitución del Tripartito por una Generalitat CiU-PSC, en la que los socialistas serían el socio menor, que seria un suicidio político para el PSC.

El debate con ERC fue especialmente interesante. Saliendo de la dinámica de la política táctica, Agustí Cerdá llevó su cuestionamiento a los límites reales del federalismo del Gobierno Zapatero y su modelo de estado. La respuesta no pudo ser más transparente: Zapatero no es un federalista, sino un pragmático que confía en que las reformas autonómicas limitadas sean capaces de desactivar la frustración acumulada en la Transición por la negación de una solución democrática de la cuestión nacional, sustituida en su perspectiva histórica por una descentralización administrativa. Si ERC, como todo parece, esta buscando justificar su giro y salir del Tripartito catalán, como ha hecho ya del ayuntamiento de Barcelona, tiene ahora motivos ideológicos para ello. Además evidentemente, de las razones tácticas de disputar a CiU el espacio de la critica a las limitaciones del desarrollo competencial del nuevo Estatut.

El PNV, como CiU, subrayó en un minuto la coincidencia y complicidad con el PSOE en el modelo económico y presupuestario, y dedicó el resto del tiempo a un tira y afloja de la negociación de los traspasos competenciales. Cualquier diferencia en el “proceso de paz” fue borrada en aras a la “solidaridad entre demócratas” estratégica frente a ETA y tácticamente también contra la izquierda abertzale reagrupada institucionalmente en ANV.

Los límites de las reformas Zapatero

Gaspar Llamazares y Joan Herrera de IU-ICV, intentaron situar los límites del Gobierno Zapatero en tres areas: en el democrático y laico, por sus pactos con la Iglesia Católica; en el socio-económico, por la presión de las grandes empresas constructoras y financieras a través de Solbes y el Ministerio de Economía; en el ecológico, por sus cesiones ante las empresas energéticas y electricas, a través de Clos y el Ministerio de Industria.

Esta presión a favor de unas políticas socio-liberales, que se apoyan también en la movilización social de la derecha, ha sustituido la aspiración al cambio social y político inicial del Gobierno Zapatero y lo ha encerrado en unas reformas dentro de los estrechos limites del modelo económico, fiscal y territorial heredado de la Transición y remoldeado por los 8 años de los Gobiernos Aznar. Frente a las críticas de la derecha de que la “economía marcha bien sola, a pesar del Gobierno”, Zapatero ha hecho en el debate de la gestión socio-liberal de Solbes y del superávit presupuestario su principal activo. Pocas concesiones podía hacer en este terreno a las críticas desde la izquierda.

Lo más significativo es que, como en el caso del debate planteado por ERC, Zapatero simplemente no fue capaz de entender los términos del debate sobre el modelo socio-económico. Frente a las críticas de IU-ICV solo era capaz de responder que el mayor crecimiento permitía más reparto y un aumento de las políticas sociales. No fue capaz de vislumbrar un horizonte distinto del de un “capitalismo de rostro humano” gestionado desde la lógica del beneficio empresarial. Ante la posibilidad de “reformas fuertes” redistributivas de la izquierda, su respuesta era que los sindicatos habían pactado 20 acuerdos en la legislatura y que si ellos eran los representantes de los trabajadores, qué más podía pedir IU-ICV tanto en el terreno social como el ecológico, aunque reconoció la valía de su continua presión para dinamizar el bloque de izquierdas, que auguró con optimismo –y mirando de refilón a los sectores más liberales del PSOE – que continuaría en la próxima legislatura.

La victoria parlamentaria no puede sustituir a la movilización

Zapatero ha salido victorioso del debate del estado de la nación. Pero confundir el resultado del debate parlamentario con la verdadera correlación de fuerzas es olvidar que la fuerza del PP no esta en Rajoy –que siempre ha sido un candidato de transición tras su derrota inicial del 14-M y la probable del 2008- sino en la movilización extraparlamentaria de la derecha social –con sus 8 grandes manifestaciones- y la actuación permanente de los poderes fácticos institucionales: la Iglesia Católica, la derecha judicial y los cuerpos superiores de la administración del estado.

La victoria parlamentaria de Zapatero le da un respiró a la izquierda para removilizar a la izquierda social cara a las elecciones generales. Pero al mismo tiempo es una señal de sus contradicciones y limites. Porque la propia política socio-liberal divide al electorado de izquierdas y fracciona al bloque de izquierdas, como lo hace también una política autonómica incapaz de integrar la problemática de la cuestión nacional. Pero no hay un proyecto de cambio social y político articulado. Lo que sigue uniendo al electorado de las distintas izquierdas es el miedo, muy justificado, a la contrarreforma que implicaría una victoria del PP.

Todavía esta por ver la reacción del electorado ante un atentado terrorista de ETA, cuyo fantasma ha rondado continuamente el debate, con avisos concretos de que puede hacerse realidad cualquier día. Pero mientras tanto, todas las fuerzas políticas han hecho piña frente al PP para defender al Gobierno Zapatero en su orientación en el fracasado “proceso de paz” y responsabilizar a ETA de su ruptura.

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